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Despertar cada día es una nueva oportunidad.
La vida, como un río caudaloso que nunca se detiene, nos brinda millones de oportunidades. No son infinitas, pero cada una lleva consigo un peso inmenso.
He aprendido, con el tiempo y las cicatrices, que el simple acto de abrir los ojos cada mañana ya es un milagro, una declaración silenciosa de que estamos vivos y de que podemos llenar ese día con toda la pasión que habita en nuestro pecho.
Mientras miles de proyectos se hunden en el olvido, mientras las empresas caen como castillos de naipes y los héroes se desmoronan en su última batalla, siempre queda la posibilidad de que nosotros, tercos como somos, sigamos adelante.
Tener a alguien a tu lado, ya sea un amigo, un hermano, un padre, un amor o un hijo, es como descubrir un tesoro oculto en medio de la rutina. Son esas almas que nos recuerdan que la vida no es solo para existir, sino para querer y ser querido.
Las oportunidades no llegan envueltas en papel dorado ni perfumadas con la fragancia del éxito. No son premios ni caprichos del destino. Más bien, son pequeñas y, a menudo, incómodas jugadas del azar: el lugar preciso, el momento adecuado, el dinero contado, las habilidades que tenemos y hasta las personas que cruzan por accidente nuestro camino.
Muchas veces, las oportunidades llegan disfrazadas de problemas, esos problemas que nos miran con una sonrisa sarcástica y nos susurran al oído que no podremos con ellos. Pero ahí, en ese desafío que parece insuperable, está la verdadera oportunidad: la de demostrarnos que somos más fuertes de lo que creemos.
En la vida hay oportunidades para todo: para llorar con el alma, para reír hasta el cansancio, para cantar con el pecho lleno de aire, para silbar contra el silencio, para amar con locura o callar por prudencia. También las hay para insultar, para mentir, para olvidar y para cualquier verbo que la mente sea capaz de inventar.
Y es ahí, en medio de ese caos de posibilidades, donde encontramos la clave para ser felices: aprovechar lo que tenemos, no lamentarnos por lo que nos falta. La felicidad no nace de los grandes triunfos, sino de las pequeñas victorias diarias: ayudar a alguien sin esperar nada a cambio, regalar una palabra amable o, simplemente, recordar que estamos vivos.
La vida, al final, es tan simple como una puesta de sol que no necesita adornos. Es tan generosa que nos ofrece miles de oportunidades para amar, aprender y vivir. Corre sangre por nuestras venas como ríos que nunca se detienen; los sentimientos hacen palpitar nuestro corazón como tambores de guerra; las lágrimas limpian las heridas del alma; y las sonrisas, aunque fugaces, pueden derrotar la tristeza más amarga.
¿Qué más milagros necesitas para darte cuenta de que al menos tienes algo de un todo?